Esta es mi carta de despedida. Lamento mucho tener que ponerlos en esto,
pero ya no aguanto más mi vida. No me gusta la persona en que me he convertido,
ya nada me complace y nada me hace feliz. Esta enfermedad me está matando, me está
carcomiendo por dentro y no puedo evitarlo. No puedo quitarme esta nostalgia y
este ahogamiento que siento todo el tiempo, estas ganas de desaparecer,
literal. Me veo al espejo y simplemente no me gusto. Ya no lo aguanto. Esta es
la única forma de liberarme. No quiero que nadie se sienta culpable, nadie
tiene la culpa, yo soy la única culpable de haberme convertido en esto. No
quiero que lloren, quiero que se alegren, estaré en el Paraíso, ya podré descansar
en paz.
Eso fue lo
único que se le ocurrió escribir. ¿Cómo se supone que se escribe una carta
suicida? Nunca había hecho una, nunca había visto una, pero creyó que eso sería
suficiente. Dobló la carta y la dejó en la mesa del comedor donde sabría la
encontraría temprano su mamá cuando fuera a recogerla al día siguiente. Fue a
la cocina y llenó un vaso de agua. El estomago le crujía, le pedía comida,
llevaba tres días sin comer. Pero ella sabía como calmarlo. Se tomó el vaso de
agua y el dolor disminuyo. Lo volvió a llenar y fue a su cuarto. Tomó el frasco
de las pastillas para depresión que tomaba desde hace años, las de dormir y las
de adelgazar y los vació en la cama. Contó 57 pastillas y 57 pastillas ingirió,
una por una. Luego se recostó en la cama y esperó a dormirse, esperó a que la
muerte la encontrara. Empezó a marearse así que cerró los ojos. Todo le daba
vueltas y apretó más los ojos. Después de un rato todo paró. Abrió los ojos y
se vio tendida en la cama. Parecía dormida pero ella sabía que no lo estaba. Se
empezó a detallar. Estaba delgada, esquelética, los huesos se le marcaban en
todos lados. Podía verse las costillas, el pantalón le quedaba grande y los
huesos de la cadera se veían puntiagudos. Los brazos parecían los brazos de una
niña de 8 años. La cara estaba pálida y manchada. Los pómulos le sobresalían. A
pesar de todo eso, a pesar de verse finalmente como todos la veían y como ella
nunca logró verse, tenía una expresión en su cara dormida que tampoco nunca
había visto. Estaba tranquila, serena, feliz. Hacía muchos años que no veía esa
expresión en su cara. Y sin embargo, sentía que algo no estaba bien. Cuando
aparto los ojos de su cuerpo inerte fue a la ventana y miró afuera. No era la
vista que veía todos los días. Era como lo que ves cuando apagan la luz y no
puedes distinguir nada: un vacio negro, infinito. Algo no estaba bien. Se
suponía que debía estar en el Paraíso, eso era lo que le habían dicho siempre.
Al morir vas al maravilloso y hermoso Paraíso. Esto no tenía nada de
maravilloso y hermoso. No había nada ahí. Empezó a sentir una angustia y una
ansiedad que nunca había sentido antes. Decidió que entonces se iba a quedar
ahí, en su cuarto, por lo menos ahí se sentía segura pero de repente escuchó
una voz de hombre, lejana pero clara. Le decía que había cometido un error y
que ahora le tocaría vivir en ese vacío infinito y oscuro. Quiso llorar pero no
pudo, solo sentirá un ardor en los ojos pero ninguna lágrima salió de ellos.
Quiso gritar pero no pudo, ningún sonido salía de su boca abierta. Y así, una
fuerza la tomo y la arrojó a ese vacío sobrecogedor donde sabia, tendría que
pasar toda eternidad.
Piénselo.
1 comentario:
Así sentí la última ves que abusé de pastillas, noche de espera a la muerta, puerta con llave, me levanto mareada, nada, sigo viva, en teoría... luego sentí miedo y quería gritarle al mundo que no quería morir pero me podía la enfermedad... aluciné... y lo único que veo después es vómito y una mujer calva... que era precisamente yo.
Y tuve mi oportunidad, que he aprovechado... sigo en lo mismo, quisiera morirme, me cansa todo esto... pero aquí sigo a ver si algún día encuentro mis ganas de vivir.
Nunca pudimos hablar querida... soy la misma Danielle...
me alegra que actualices.
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