lunes, 30 de abril de 2012


Esta es mi carta de despedida. Lamento mucho tener que ponerlos en esto, pero ya no aguanto más mi vida. No me gusta la persona en que me he convertido, ya nada me complace y nada me hace feliz. Esta enfermedad me está matando, me está carcomiendo por dentro y no puedo evitarlo. No puedo quitarme esta nostalgia y este ahogamiento que siento todo el tiempo, estas ganas de desaparecer, literal. Me veo al espejo y simplemente no me gusto. Ya no lo aguanto. Esta es la única forma de liberarme. No quiero que nadie se sienta culpable, nadie tiene la culpa, yo soy la única culpable de haberme convertido en esto. No quiero que lloren, quiero que se alegren, estaré en el Paraíso, ya podré descansar en paz.

Eso fue lo único que se le ocurrió escribir. ¿Cómo se supone que se escribe una carta suicida? Nunca había hecho una, nunca había visto una, pero creyó que eso sería suficiente. Dobló la carta y la dejó en la mesa del comedor donde sabría la encontraría temprano su mamá cuando fuera a recogerla al día siguiente. Fue a la cocina y llenó un vaso de agua. El estomago le crujía, le pedía comida, llevaba tres días sin comer. Pero ella sabía como calmarlo. Se tomó el vaso de agua y el dolor disminuyo. Lo volvió a llenar y fue a su cuarto. Tomó el frasco de las pastillas para depresión que tomaba desde hace años, las de dormir y las de adelgazar y los vació en la cama. Contó 57 pastillas y 57 pastillas ingirió, una por una. Luego se recostó en la cama y esperó a dormirse, esperó a que la muerte la encontrara. Empezó a marearse así que cerró los ojos. Todo le daba vueltas y apretó más los ojos. Después de un rato todo paró. Abrió los ojos y se vio tendida en la cama. Parecía dormida pero ella sabía que no lo estaba. Se empezó a detallar. Estaba delgada, esquelética, los huesos se le marcaban en todos lados. Podía verse las costillas, el pantalón le quedaba grande y los huesos de la cadera se veían puntiagudos. Los brazos parecían los brazos de una niña de 8 años. La cara estaba pálida y manchada. Los pómulos le sobresalían. A pesar de todo eso, a pesar de verse finalmente como todos la veían y como ella nunca logró verse, tenía una expresión en su cara dormida que tampoco nunca había visto. Estaba tranquila, serena, feliz. Hacía muchos años que no veía esa expresión en su cara. Y sin embargo, sentía que algo no estaba bien. Cuando aparto los ojos de su cuerpo inerte fue a la ventana y miró afuera. No era la vista que veía todos los días. Era como lo que ves cuando apagan la luz y no puedes distinguir nada: un vacio negro, infinito. Algo no estaba bien. Se suponía que debía estar en el Paraíso, eso era lo que le habían dicho siempre. Al morir vas al maravilloso y hermoso Paraíso. Esto no tenía nada de maravilloso y hermoso. No había nada ahí. Empezó a sentir una angustia y una ansiedad que nunca había sentido antes. Decidió que entonces se iba a quedar ahí, en su cuarto, por lo menos ahí se sentía segura pero de repente escuchó una voz de hombre, lejana pero clara. Le decía que había cometido un error y que ahora le tocaría vivir en ese vacío infinito y oscuro. Quiso llorar pero no pudo, solo sentirá un ardor en los ojos pero ninguna lágrima salió de ellos. Quiso gritar pero no pudo, ningún sonido salía de su boca abierta. Y así, una fuerza la tomo y la arrojó a ese vacío sobrecogedor donde sabia, tendría que pasar toda eternidad.

Piénselo.

domingo, 7 de agosto de 2011



Hola
Volví a vomitar
Y me alegro
Chao